El templo de Gotokuji es un santuario perdido en la inmensa metrópolis, un lugar atemporal que encontramos de casualidad un día que decidimos andar por andar desde el distrito de Ikebukuro. Dado que el día no ofrecía demasiado de sí entramos en el recinto sagrado para encontrar ante nosotros un pabellón ceremonial de principios de siglo que custodiaba un cementerio. Las tumbas se extendían por doquier, y tuvimos la oportunidad de presenciar en directo la típica ofrenda de incienso que se ofrece a los difuntos durante la visita a sus sepulcros.
Los cementerios japoneses están milimétricamente organizados y son pocas las tumbas que muestran signos de abandono por parte de sus familiares, indicio quizás del contínuo recuerdo que los nipones tributan a todos aquellos que encontraron el sueño eterno.
La sensación de paz era abrumadora, no en vano Gokokuji es un templo poco frecuentado entre los urbanitas, como demuestra las circunstancias que envolvieron el día de nuestra visita, en la que además del ceremonioso hombre que visitaba la tumba de su pariente, únicamente notamos la presencia de dos personas más, a pesar de ser un sábado por la tarde. Y estas dos personas fueron protagonistas de una de las escenas más surrealistas que he podido ver desde que estoy aquí: se trataba de un niño y el padre, que intentaba bajar de un árbol altísimo la cometa de su hijo utilizando... ¡una caña de pescar! No me quedé a ver si la conseguía bajar, de todos modos.
25 octubre 2006
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2 comentarios:
Primero!
Aunque, tomando en cuenta que hay otros dos en los que no lo soy... esta vez carece de gracia, jajajaja.
Wow! Que impresion lo de un sementerio de ese estilo tan grande.
Y ver la ofrenda...
Lo de pescar la cometa, eso no tiene precio, espero que el nino la haya recuperado. ^-^
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