La razón por la que nuestra visita a Nagoya no cundió fue principalmente porque lo que creíamos que sería una visita de paso se convirtió en una experiencia única. Costó horrores abandonar el recinto amurallado. Y todo porque no sólo el castillo, sino también los alrededores ajardinados eran de ensueño.
Cierto que al ser arrasado por lo bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, el castillo de Nagoya no deja de ser una réplica de lo que fue antaño, pero con todo sigue siendo espectacular. Del interior hay poco que contar, es más bien un museo con ascensor del que únicamente vale la pena aprovechar las vistas que ofrece desde el último nivel.
La parte más provechosa de la visita fue la ascención a la torre de vigilancia, de tamaño menor pero que sí parece haber aguantado el paso de los años y las calamidades. Las escaleras de su interior eran las más empinadas que recuerdo y bajarlas con las resbaladizas chanclas niponas que nos hicieron calzar bien podría haber sido una prueba de humor amarillo, al suponer riesgo de caída inminente. El piño se habría producido de no ir todos agarrándonos al pasamanos como si nuestra vida nos fuera en ello.
20 noviembre 2006
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1 comentario:
Haber descrito un poco mas los jardines... "De ensueno" es muy suceptible a mi exceso de imaginacion.
Aunque sea replica, el castillo por fuera se ve espectacular.
Mmm... Con barandilla y todo, seguro que yo si me pinyaba, dudo que hubiese chanclas niponas que se acercasen a mi numero.
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