Subidos ya en el autobús que recorre los 4 kilómetros que separan los archiconocidos templos, me llama la atención un cartel que reza “debido al Saijou Danjiri, esta carretera permanecerá cortada hoy”. Busco ambas palabras en el diccionario de mano... en vano. “O sea, que por la gracia de vete a saber qué, daremos un rodeo precisamente hoy... Lo que faltaba para el duro”, pensé. Pero mis maldiciones cayeron en saco roto tan pronto ví uno de los enormes templetes de madera que los jóvenes del lugar cargaban a hombros con motivo de las celebraciones del festival que no aparecía en mi diccionario.
No podía dar crédito a lo que veía. El bullicio, los cánticos y los cascabeles invadían la calle principal que sale del templo y conduce al Gekkuu, atestada por gente vestida con ropajes de todos los colores y que organizaban el transporte de unos armatostes de madera que van tambaleando durante todo el camino. Estos templetes salían de todas partes y costaba creer que pudieran ser alzados por los mozos... pero esto no es más que otro de los muchos milagros que produce el alcohol. La castaña era general y prueba de ello es que unos lugareños nos dieron caza y nos dieron palique mientras nos hacían tomar fotos de todo... Igualmente nos lo hicieron pasar muy bien.
Poder presenciar un festival así, sin comerlo ni beberlo y de principio a fin, fue sin duda motivo de una alegría desconocida para mí, que precisamente había deseado este viaje para encontrarme con algo totalmente diferente a los grises tonos de caras y trajes que asoman por Tokyo.
20 noviembre 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Que diccionaro mas malo, mira que no traer las fiestas, jajajaja.
Que bien que hayais visto esas fiestas (la envidia crece en mis entranas).
Publicar un comentario