
No podía dar crédito a lo que veía. El bullicio, los cánticos y los cascabeles invadían la calle principal que sale del templo y conduce al Gekkuu, atestada por gente vestida con ropajes de todos los colores y que organizaban el transporte de unos armatostes de madera que van tambaleando durante todo el camino. Estos templetes salían de todas partes y costaba creer que pudieran ser alzados por los mozos... pero esto no es más que otro de los muchos milagros que produce el alcohol. La castaña era general y prueba de ello es que unos lugareños nos dieron caza y nos dieron palique mientras nos hacían tomar fotos de todo... Igualmente nos lo hicieron pasar muy bien.
Poder presenciar un festival así, sin comerlo ni beberlo y de principio a fin, fue sin duda motivo de una alegría desconocida para mí, que precisamente había deseado este viaje para encontrarme con algo totalmente diferente a los grises tonos de caras y trajes que asoman por Tokyo.
1 comentario:
Que diccionaro mas malo, mira que no traer las fiestas, jajajaja.
Que bien que hayais visto esas fiestas (la envidia crece en mis entranas).
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